|
Imagen 4. Autor: Ines Zgonc. Licencia Creative Commons |
ANA ROSA.— (Entrando, con el presentimiento de algo horrible.) ¡Magda! ¿Qué pasa?
(MAGDA está demudada. La sombra temida ha llegado a sus ojos, pero sólo pasajeramente. Ve de nuevo; sus ojos recorren encariñados todos los rincones del cuarto que creyó perdidos para siempre, y concluye posándose con pasión infinita en el retrato de GUILLERMO.)
MAGDA.— Perdona, Ana Rosa, que te haya asustado. No es nada. Pero un segundo he temido... No sé... Me quedé sin ver..., sin ver, Ana Rosa. Volvía a llamarme María Cristina...
ANA ROSA.— (A MAGDA.) Entonces... ¿ha sido sólo un susto, hermanita?
MAGDA.— (Sonríe melancólicamente.) Sí... Eso... Un susto nada más...
ANA ROSA.— Estás muy nerviosa... Voy a traerte un vaso de agua.
MAGDA.— Como quieras. Me hará bien.
(Mutis de ANA ROSA por la izquierda. MAGDA se desliza desde el sofá desmayadamente y se pone de hinojos.)
Jesús mío: yo sé que lo que te voy a pedir me lo has de dar, ¡me lo has de dar! Para Silbo, que tan fundido está en mí, la vida... Para mí, después de que me dejéis ver lo que espero, lo que dispongáis..., sea lo que sea... Y para nuestro hijo, Jesús mío, el corazón fuerte... y en los ojos la luz, la luz, la luz...
Es verdad que no asistí a una representación hasta que hicimos aquel viaje a Madrid para asistir al Español. Pero eso no quería decir que no estuviera al tanto de los vaivenes literarios dramáticos, sobre todo por las páginas del ABC. Ahí me enteré del clamoroso éxito, el primero en su carrera, de esta obra de Joaquín Calvo Sotelo, Cuando llegue la noche, en 1943, aunque yo la leí, gracias a uno de los regalos de Pedro, en su primera edición, un año después. Se trataba de una comedia melodramática muy bien construida, donde no faltaba el humor, la ternura y, por supuesto, la ideología basada en un humanismo cristiano para desarrollar el tema.
Este discurso final antes del telón encierra todo el valor dramático de la obra. Prácticamente es una oración que lleva al público a la catarsis que pretende el autor. En la línea de la alta comedia, introducida por Benavente, sigue funcionando este tipo de teatro que busca cumplir con el entretenimiento del público y su educación mediante el elogio de la virtud. Se caracterizan estas obras por su perfecta construcción y por su intrascendencia. Sobresale el tema del amor, empleado para exaltar a la familia, el matrimonio y el hogar, con fines moralizadores, como ocurre en este fragmento de la obra. Además de Calvo Sotelo, destacan autores como José María Pemán, con El testamento de la mariposa (1941) y Luca de Tena con Dos mujeres a las nueve (1949).