"Nadie en el pueblo quiso creer en la muerte de Don Manuel; todos esperaban verle a diario, y acaso le veían, pasar a lo largo del lago y espejado en él o teniendo por fondo las montañas; todos seguían oyendo su voz, y todos acudían a su sepultura, en torno a la cual surgió todo un culto. Las endemoniadas venían ahora a tocar la cruz de nogal, hecha también por sus manos y sacada del mismo árbol de donde sacó las seis tablas en que fue enterrado. Y los que menos queríamos creer que se hubiese muerto éramos mi hermano y yo. Él, Lázaro, continuaba la tradición del santo y empezó a redactar lo que le había oído, notas de que me he servido para esta mi memoria.
—Él me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado —me decía—. Él me dio fe.
—¿Fe? —le interrumpía yo.
—Sí, fe, fe en el consuelo de la vida, fe en el contento de la vida. Él me curó de mi progresismo. Porque hay, Angela, dos clases de hombres peligrosos y nocivos: los que convencidos de la vida de ultratumba, de la resurrección de la carne, atormentan, como inquisidores que son, a los demás para que, despreciando esta vida como transitoria, se ganen la otra, y los que no creyendo más que en este...
—Como acaso tú... —le decía yo.
—Y sí, y como Don Manuel. Pero no creyendo más que en este mundo,
esperan no sé qué sociedad futura, y se esfuerzan en negarle al pueblo
el consuelo de creer en otro...
—De modo que...
—De modo que hay que hacer que vivan de la ilusión.
El pobre cura que llegó a sustituir a Don Manuel en el curato entró en
Valverde de Lucerna abrumado por el recuerdo del santo y se entregó a mi
hermano y a mí para que le guiásemos. No quería sino seguir las huellas
del santo. Y mi hermano le decía: «Poca teología, ¿eh?, poca teología;
religión, religión». Y yo al oírselo me sonreía pensando si es que no
era también teología lo nuestro. Yo empecé entonces a temer por mi pobre
hermano. Desde que se nos murió Don Manuel no cabía decir que viviese.
Visitaba a diario su tumba y se pasaba horas muertas contemplando el
lago. Sentía morriña de la paz verdadera.
—No mires tanto al lago —le decía yo."
Es uno de los fragmentos más significativos de San Manuel Bueno, mártir, novela publicada en 1933 que aborda el tema de la trascendencia religiosa y la inmortalidad. Su argumento gira en torno a la pérdida de fe de un cura, que se siente obligado a hacer creer a los demás la existencia de Dios. Ángela y Lázaro, dos hermanos allegados al sacerdote, van a ser testigos directos de este drama interno. Lázaro, al igual que el resucitado bíblico, se convierte a la "religión" de don Manuel, tomando su relevo tras su muerte.
Con todo esto, ¿qué ideas de Unamuno podemos ver en el texto? ¿Influye de alguna manera su propia biografía en este argumento y tema?
Unamuno (1864-1936) aporta a la narrativa de esta época la
novela intelectual y existencialista. Tal vez el contacto con la desgracia desde muy joven condicionaría esta característica: a los diez años, asiste como testigo al asedio de su ciudad durante la
segunda guerra carlista, lo que luego reflejará en su primera novela,
Paz en la guerra. Durante este periodo, la vida pierde normalidad, el principal atractivo
para Miguel era el no asistir al colegio. La guerra le marcará para
siempre.
Pero su biografía está marcada por el estudio y la reflexión. En 1897 sufre una profunda crisis religiosa. Ese mismo año se da de
baja en el Partido Socialista, en el que militaba desde 1894. Su
espiritualismo absorbente, la obsesiva forma de la religiosidad
unamuniana, va a configurar de manera decisiva su apartamiento radical
del marxismo y, también, como él
mismo recordaría, su separación gradual del socialismo y, en general,
de las ideologías progresistas, como le sucede al personaje Lázaro de la novela comentada. A partir de esta crisis, será el
agonismo la característica esencial de su pensamiento.
En 1901 es nombrado rector de la Universidad de Salamanca. La
importancia de su magisterio intelectual se va acentuando. Desde allí
publica continuamente su obra ensayística, poesía, teatro y narración,
además de numerosísimos artículos en la prensa, con los que interviene
en la actualidad política. En 1913 ve la luz Del sentimiento trágico de la vida, su libro más importante
en la línea de la prosa de ideas.
En 1914 comienzan sus problemas en política: destitución de su cargo, condena por injurias al rey, destierro a Fuerteventura en 1924, exilio a Francia hasta la caída de Primo de Rivera en 1930 y al año siguiente, con la llegada de la República, vuelta al rectorado salmantino. Pero su inquietudes políticas le llevan de nuevo a presentarse como independiente a las elecciones a Cortes.
Tras su jubilación, es nombrado Rector vitalicio de la Universidad de Salamanca, que crea una cátedra con su
nombre. Con el estallido de la Guerra Civil toma partido por el ejército de Franco. Luego vino lo de Millán Astray, con las diversas versiones al respecto.
Su último poema
está fechado tres días antes de su muerte: 28 de diciembre de 1936, día de Los Inocentes.
Morir soñando
Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
(Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, «La tranquillité»)
Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:
¿aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
-cielo desierto- del eterno Dueño?
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Como todos los hombres de su generación, Unamuno parte del idioma
hablado, huyendo de la hinchazón retórica precedente. Su sintaxis es
rica y compleja. El vocabulario ofrece una mezcla de cotidianeidad y
rebuscamiento culto, de reivindicación de vocablos tradicionales ya
desusados y de uso de las palabras en su sentido culto etimológico. Junto a la obra comentada, destaca su obra más experimental, Niebla, con el subtítulo de "nivola", "opopeya o trigedia", término con el que se refiere al género narrativo propio que quiere conscientemente alejarse del realismo imperante en el siglo XIX.