El discurso literario. La Literatura española desde 1936: La novela y el ensayo posteriores a 1936
Luego viví en silencio durante mucho tiempo, sin palabras leídas o dichas. No quería volver a encontrármelas en mi camino. La muerte del hombre que estuvo a mi lado durante más de treinta años supuso que me replanteara muchas cosas. Consideraba a Pedro mi padre en el sentido etimológico del término, pues él fue mi origen y mis cimientos. Su pérdida me dejó tocado.
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Al principio, hacía los paseos que solíamos hacer juntos. Entraba en la cafetería donde acostumbrábamos a tomar un café o buscaba una reposición de alguna obra que hubiéramos ido a ver juntos. Poco a poco fue desapareciendo el silencio y la vida se volvió a llenar de palabras. Fue cuando comencé a aprender lo que es la inmortalidad y lo que es el presente.
Al año de su muerte, tomé la decisión más importante que he tomado nunca. Dejé de ser pasante en la notaría. Dejé de ser parte de un trabajo y quise que el trabajo me perteneciera. Ya no era joven pero quise hacerlo. Fui desempolvando los libros de las estanterías uno a uno. Era mi único equipaje para mi nueva casa interior. Mi casa. Una casa llena de palabras y libros, de historias marcadas por el anonimato, la inspiración, el exilio, la represión, la censura o las penurias económicas. Y yo solo soy el bibliotecario.
Pero en la mudanza, aunque solo fuera interna, aparecieron cartas manuscritas y sobres como los que me había dado el primo segundo de mi madre el día que me abrió las ventanas de esta casa para que entrara el aire. Tanto tiempo después empezaba a resolver el segundo interrogante del joven Fernando.