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"Dicen los científicos que el presente dura lo que dura una de nuestras experiencias. Cuando leí por primera vez el Quijote comprendí que mi presente iba a estar ligado al mundo de los libros, a esos que tanto temían el ama y la sobrina del hidalgo, esos libros que hicieron de Alonso Quijano el personaje más entrañable y humano de todos los personajes de papel que en el mundo han sido, esos libros que necesitan de nuestros cuidados, de nuestra ayuda para que no sean olvidados, sean leídos, transmitidos, amados, odiados, ocultados en un estante de la Biblioteca Nacional que se encuentra en la calle México, como fue aquel Libro de Arena que compró Borges a un vendedor de Biblias. Ya, ya sé que esto último no es real, que lo he recordado de unos cuentos del autor de Historia universal de la infamia... Ya, ya lo sé. Como tampoco puede ser real mi historia, por estar ahora escrita."

No sé si recordarás estas palabras, las que te iniciaron en el conocimiento de mi biblioteca y de este humilde bibliotecario. Yo las recuerdo como si las acabara de decir, o escribir. Esto mismo pasa con algunos libros que, aunque escritos hace mucho tiempo, parecen conocernos como si fueran productos de un autor contemporáneo.

Esto es lo que pasa con libros como el que te he presentado en el tema anterior, La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, o como este otro, del que siempre tengo un ejemplar en mi mesa de trabajo, esperando su turno para ser catalogado, clasificado, aunque nunca lo haré para que me recuerde que hay palabras, frases, fragmentos y textos que no caben en un resumen, en una ficha bibliográfica o en un tejuelo. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha o la enciclopedia literaria en castellano.