El discurso literario (I): Los textos literarios y la literatura
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Autor: Rob Shenk. Licencia Creative Commons
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El primero en leer fue Domínguez. Se levantó de su asiento y comenzó con dicción firme:
—Ver con los ojos, 1886, cuento. Era un domingo de verano, domingo tras una semana laboriosa, verano como corona de un invierno duro. El campo estaba sobre fondo verde vestido de florecidas rojas, y el día combinado a tenderse en mangas de camisa a la sombra de alguna encina y besar al cielo cerrando los ojos.
Luego siguió Bélmez, Sansinena, Ortega y su miopía... hasta que llegó mi turno:
—Magdalena no siguió leyendo, inclinó su cabeza hermosa y secó en vano con el extremo del delantal sus ojos, porque tuvo muchas veces que volverlos a secar. Ella apenas comprendía lo que estaba leyendo, pero lo sentía, y sintió también un nudo en la garganta y una bola caliente que por su interior chocara contra su pecho y se hiciera polvo derramándose en escalofríos por el cuerpo.
No era el final de la historia pero sentí una emoción parecida a la que sentía la protagonista del cuento. ¿Quién no se ha emocionado con las palabras de una canción, el texto de una novela o una frase de un personaje de cine o teatro? Y a través de esa emoción hemos llegado a comprender, a veces sin ser capaces de explicar su significado, esa canción, la novela y la obra teatral o la película. Esa emoción estaba hecha de palabras, pero no de cualquiera, sino de las justas y necesarias para alcanzar su valor artístico.
Allí, en aquella tarde, empecé a comprender lo que realmente era la literatura, el lenguaje literario, la elección del género y cómo acceder a todo lo que me quería comunicar a través de su estudio paciente.