Suele ser habitual diferenciar la ciencia en dos tipos generales: la ciencia básica y la ciencia aplicada.

Se llama ciencia aplicada a la que realiza investigaciones en campos que conducirán de forma rápida a productos industriales (tecnológicos o médicos, por ejemplo), consumibles por la sociedad. Es decir, la ciencia aplicada busca generar una aplicación práctica, que redunde en una presunta mejora en la calidad de vida de las personas.

A diferencia de esta ciencia aplicada, se entiende por ciencia básica a las investigaciones que se llevan a cabo para “satisfacer la curiosidad”, para conocer más sobre cualquier campo del conocimiento por el mero hecho de investigar el porqué y el cómo de cada asunto. Suele denigrarse por ser una investigación tranquila y sosegada, que no busca mejorar la vida de las personas, por ejemplo, sino saber más por el mero hecho de hacerlo.

Curiosamente, la ciencia básica, con su acumulación de conocimientos, produce que la ciencia aplicada pueda ir avanzando, ya que los adelantos de los que nos beneficiamos se asientan siempre sobre ese trabajo concienzudo desarrollado con anterioridad por muchos investigadores.

Podemos situar entre la ciencia básica a la matemática, la historia, la música, las artes, la lengua y la literatura, y grandes campos de la medicina, la biología, la física, la química, etcétera.
Muchas veces, la diferencia entre los aspectos básicos y aplicados es escasa y suele depender del punto de vista de quienes los tratan.

De nuevo, conviene recalcar lo importante que son aspectos considerados de la investigación básica para comprender mínimamente nuestra realidad. Así, los hechos históricos y su interpretación nos llevan a la explicación de gran parte de nuestras costumbres y formas de vida.